Fueron cinco días,
100 kilómetros y una de las experiencias más transformadoras de mi vida. Partimos desde Lugo, con la mochila llena de expectativas y el corazón listo para todo lo que este viaje me iba a regalar. No era solo caminar, era un viaje hacia adentro, una aventura de autoconocimiento con un grupo de seis personas que se convirtieron en compañeros de camino, en todos los sentidos. Cada tarde llegábamos a un pueblo diferente, con las piernas agotadas pero el espíritu encendido. Nos esperaban cenas compartidas, risas, historias y una buena noche de descanso para retomar energías. Al amanecer, nuestro ritual comenzaba con meditación, estiramientos y un desayuno que, sin duda, se volvió mi momento favorito del día. Comíamos cosas deliciosas que nos llenaban de energía y nos preparaban para la jornada.
Cada tarde llegábamos a un pueblo diferente, con las piernas agotadas pero el espíritu encendido. Nos esperaban cenas compartidas, risas, historias y una buena noche de descanso para retomar energías. Al amanecer, nuestro ritual comenzaba con meditación, estiramientos y un desayuno que, sin duda, se volvió mi momento favorito del día. Comíamos cosas deliciosas que nos llenaban de energía y nos preparaban para la jornada.
Cada día tenía un tema central, basado en la metodología "Valores que conectan" de La Aventura Interior. Reflexionábamos sobre este valor en cada pausa, leyendo, escuchando podcasts y cuentos. Era hermoso sentir cómo cada palabra y cada enseñanza nos acompañaban en el camino, como una brújula interna.
Compartí habitación con una compañera maravillosa, que pronto se convirtió en mi "partner" de camino. Nos cuidamos, nos apoyamos, caminamos juntas, incluso cuando cada una iba a su ritmo. Desde el primer día le dije que nuestra amistad era de peregrinas, y estoy segura de que esa conexión quedará para toda la vida.
El primer día fue, sin duda, el más desafiante. Más de 30 kilómetros caminando en soledad y en silencio. Pero, pensándolo bien, eso era justo lo que necesitaba. Fue la forma en que la vida me "obligó" a conectar conmigo misma desde el primer momento.
Con los días vinieron los dolores físicos, los malestares emocionales, los pensamientos que se removían. Y bueno... también me perdí. Todos los días. No sé cómo lo hacía, pero siempre terminaba fuera del camino (y llegando tarde). Por suerte, nunca fue trágico, solo chistoso. Y, sobre todo, una lección de confianza en mí misma: aprender a seguir mi intuición, confiar en mi propio rumbo y saber que, de alguna manera, siempre llegaría.
Mis piernas y mi cadera protestaron en los últimos días. Hubo momentos en los que sentía que no podía dar un paso más. Pero ahí estuvo mi equipo: me hicieron masajes, me guiaron en ejercicios de yoga, me ayudaron con meditaciones para conectar con el dolor y soltarlo. Gracias a todo ese amor y apoyo, llegué hasta el final y completé mis primeros 100 kilómetros del Camino de Santiago.
Este viaje me cambió. Me permitió conocerme más, enfrentar mis miedos, abrazar mis logros y también mis fallas. Fue un despertar, una revelación de todo lo que llevo dentro y de lo que realmente quiero para mi vida.
Cuando llegó el momento de volver, sentía miedo. Quise quedarme en Santiago, pero sabía que el verdadero reto era regresar y aplicar todo lo aprendido. Y lo necesitaba, porque lo que vino después no fue fácil: retos familiares, rupturas, accidentes, momentos de escasez, burnout... Pero gracias a este viaje, tenía herramientas para enfrentar cada situación con amor y compasión. Y salí adelante. Salí victoriosa. Y me siento inmensamente orgullosa de mí.
Esa sensación, la de haber llegado a Santiago, la de haberme superado a mí misma, es algo que quiero llevar siempre conmigo. Por eso me tatué un recuerdo en Santiago de Compostela: para que nunca se me olvide lo que viví, lo que aprendí y la forma en que quiero seguir caminando por la vida.
Gracias, La Aventura Interior, por este viaje que, más que un recorrido, se convirtió en un antes y un después en mi historia.